Estos pobres hombres solitarios,
algunas veces, muchas veces,
desde el punto diminuto
de sus cuerpos
en el que se aposentan,
incrementan su arrojo,
y engordan su valentía.
Intrépidos salen a la calle
imbuidos de un poder infinito,
capaces de desfacer entuertos,
destruir xenofobias y racismos,
pulverizar guerras de agresión,
acabar,
de una vez por todas,
con la explotación del hombre por el hombre.
Caminan, corren, vuelan, levitan
inflados como pavos
mirando a diestro y siniestro
por encima del hombro
a los seres mortales como ellos...
Mas, luego,
al poco tiempo,
casi al instante,
se dan de bruces
con el muro vigilado:
ejércitos, agentes secretos, policías,
guardias de seguridad,
porteros, vigilantes,
chulos,
mindunguis de toda ralea...
bien cebados y mejor armados,
les salen arrogantes al paso.
El canguelo los seduce, los reduce,
los desinfla, los adelgaza,
los transforma casi en un fino hilo
que se va carcomiendo en el extremo
hasta convertirse en punto.
En el punto en que se hallaban
cuando algunas, muchas veces,
estos pobres hombres solitarios...