En escrito anterior nos atrevimos a calificar a Urbano Blanco Cea, que acaba de publicar el poemario titulado 'El Alijar jara en flor', como emigrante en Madrid donde trabaja, por lo que trasluce la lectura de su libro.
Ya el sólo título nos orienta para adentrarnos en los recovecos de su almario, compuesto de recuerdos de la tierra que le viera nacer: su pueblo. Y más que las gentes, la naturaleza y sus pobladores: flores, árboles, pájaros...
Eso ha llenado su ser y lo ha convertido en poesía con su olor a pino, a jara que, antaño, embriagaran a Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso (o eso supone el poeta Urbano) Para los que no estén al tanto de estos pormenores poéticos, sepan que los poetas Dámaso Alonso y sobre todo Vicente Aleixandre, se iniciaron a la poesía por estos lugares allá por el año 1917.
Una parte, un fragmento del libro de Urbano (porque toca temas muy diversos) está colmado de referencias a ese mundo que nos rodea (la naturaleza) que nos marca de niños y que luego, ya adultos, cuando nuestro espíritu se llena de otras imábenes, vamos arrumbándolo, e incluso nos distanciamos de él, sin darnos cuenta que somos naturaleza y sigue influyéndonos fundamentalmente, aunque parezca que está en segundo plano. .
Pero en esa niñez que hemos citado se va moldeando nuestra escultura poética: árboles nevados, vuelo de golondrinas y vencejos, besos de lluvia, piedras convertidas en oro por el sol... Es el tiempo en que el murmullo del agua al caminar por el cauce del riachuelo nos hace escucharlo con arrebatada pasión (o eso creemos cuando somos maduros) que no se nos va del todo. El poeta navero ama todo eso y lo dice en un poema de dos versos: "más que quienes nos suponen / somos lo que amamos".
Por supuesto, lo que ama no está en las calles de Madrid abarrotada de coches, de luces, de ruidos, de trajines, de humos... está al amanecer "cuando nacen los colores", cuando el alba toca con su varita de mágica luz y resucita todo ese mundo que recordábamos antes: escarchas, rocíos, trinos, pinos, jaras... Colores que Madrid no guarda. El poeta, en la urbe, se convierte en avecilla: "se me ha escapado un pájaro del nido de los anhelos olvidados". Y vuela al campo a recobrar esos anhelos. No es que Urbano lo escriba así. Es una licencia que nosotros nos tomamos.
Desde que nosotros saludamos su primer libro, el poeta ha madurado adquiriendo un estilo propio. Sin embargo, el poso machadiano sigue y, suponemos, seguirá siempre en su almario urbaniano, dado que sus amores hacia el campo castellano, hacia Las Navas, hacia su pueblo, lo une a la concepción de Castilla que Machado tenía y se refleja en uno de los poemas más largos dedicado a ella. Esa Castilla que se va muriendo abandonada por sus hijos y los que se quedan "dormitan al calor de la lumbre", recordando tiempos jóvenes, recordando la faz pedregosa, las espigas, la primavera que anuncian los amendros en flor...
Son, como dice el poeta "El beso de lluvia que cava / en el fondo de mi pozo seco".
Mas con toda esa muerte anunciada, presentida, o quizás por eso, el poeta que es Urbano Blanco Cea declara como una condición testamentaria: "Llevadme al campo cuando ya no vea / cuando esté cansado y no pueda andar".
Castilla, escribe en el poema que le dedica, "te amo con la misma mansedumbre", lo que nos hace recordar el poema ya mencionado: "Mas que quienes nos suponen / somos lo que amamos". Amén.
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