CUENTOS VIVOS
Por Agustín García Calvo (*)
Por Agustín García Calvo (*)
Al pedirle a uno que hable de libros que, allá en su niñez y hasta mocedad, debieron darle muchos placeres o descubrimientos o riquezas, y diga uno, el que piense que más le diera, uno se queda un tanto perplejo y meditabundo. Porque en cosas de amor o de agradecimiento no se pueden dar primeros premios ni segundos, como en los concursos de bellezas o de obras literarias; no se puede decir “el que más...”, como hablando de levantadores de pesos o rascacielos.
Así, ¿qué va a hacer uno? Pues nada: lo que uno hace es dejarse hundir en sus recuerdos de aquellos que uno era y no era, ponerse a buscar entre esas aguas irisadas y brumosas, y dejarse, a ver cuál es el primer libro-pez o libro-alga con el que se encuentre.
Pues ¡ea!, estamos ya nadando entre las aguas, el primer pez, el primero que nos roce las antenas. ¿Cuál es? Era una serie de historias ilustradas, en dos tomos en linda tela, el primero parda, el segundo gris, con un grabado, impreso en colores y unos pocos colores, en las portadas, en la del primero, unos cuantos hombres que son las Fuerzas Vivas de algún pueblecillo acompañadas tal vez de un burro; en la del otro, un mozo abrazado por de fuera de una gran campana que voltea; y el titulo CUENTOS VIVOS, y encima, más pequeño, el nombre del autor, Apeles Mestres, que resulta ahora que era un dibujante catalán que tenía, sin embargo, el ingenio de contar cuentos.
¿Cómo los contaba? Se abren los libros, y en cada página de la derecha hay dos escenas dibujadas, una bajo otra, como a fina pluma, sobre un fondo verde-gris, y debajo de cada una, una o dos líneas diciendo lo que va pasando (en la página de la izquierda están impresos los mismos letreros seguramente, pero traducidos a otras dos o tres lenguas desconocidas y fascinantes).
¿Cuál era el encantamiento que los ha hecho quedar así vagando tan vivos entre las ondas del recuerdo? ¡Quién sabe! Pero aquellos trazos del dibujo, a veces punteados, rara vez rellenos de alguna mancha de blanco o negro, deben tener algo de culpa de que tantas de aquellas escenas (un muchacho al que un hombre corta en dos por la cintura con su espada y los trazos punteados de las tripas encaracoladas se combinan con la cabriola del muchacho en su brinco; aquel alfarero, con su ropita corta a lo griego antiguo, vociferando entre un ánfora alta y una chata, que va a acabar con la cabeza cogida entre ambas por obra de algún poeta despechado; y más y más escenas) han quedado prendidas con un recuerdo del hilo de sonrisa que las acompañaba durante largos años en los ojos y en la boca del niño o ya muchacho que una y otra vez las recorría.
¡Volviera a publicar alguien los CUENTOS VIVOS de Apeles Mestres, y resucitara aquellas risa y aquel vivo placer (instructivo sin duda, como los placeres verdaderos), aunque haya de ser en los ojos y las bocas de otros niños!
(*)Agustín García Calvo
Estación de Las Navas del Marqués (3 de abril de 1992)
(Revista “Caminar conociendo”, número 0, sin paginar, año 1992. Siempre con una frase, verso o proverbio a pie de página)
'LA EBRIEDAD DE ANTAÑO DISFRAZÓ EL REVÉS'
Kacem
(*) A. García Calvo es filólogo, lingüista, poeta, filósofo, profesor emérito de la Universidad de Madrid... Autor de numerosos libros, entre ellos: “De los números”, “Jenofonte”, “Canciones y soliloquios”, “Lalia”, "Plauto”, “Del ritmo del lenguaje”, “Del tren”... Algunas de sus poesías han sido cantadas por Amancio Prada.
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