jueves, 28 de junio de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Epílogo de las 'Campanas de Jericó'

epílogo

.... y que antes de volar a USA decidió hacer, con sus nuevos amigos, una fiesta de despedida en el Bosque de Yehuda Haleví, vertiendo agua y vino en el olivo que, el sabio hebreo Hain Beinart, plantara... y que fue la fiesta no a la pagana manera, sino a la hebrea... y que, para los judíos, los primeros templos fueron los bosques y su Yahvéh no desdeñó comparecer en las zarzas... y que conocida es la importancia que da la Torá a todo lo que se relaciona con los árboles... y sin que por ello se quiera ofender a Diana, la virginal señora del bosque de Nemi, ni a Sileno, ni a ninguno de los otros, pues en esto de la elección de divinidades tutelares todo el mundo es muy libre de tener sus propios santos... y que simplemente le complació comparecer en este bosque que lleva nombre del admirado autor del Cuzarí, ese libro maravilloso cuya primera traducción al castellano, del siglo XV, se proponía editar, en facsímil, el entrañable Antonio Escudero, muy pronto... y que un poco bebidos, "la ebriedad es un don", se sentaron en torno del olivo... y que León incomprensiblemente en un arrebato sorprendió a sus amigos haciendo un anillo con juncos entrelazados... y que cogiendo el anillo lo introdujo con suma delicadeza en una rama del olivo, plantado por el sabio israelí Hain Beinart, diciendo solemnemente: "Yo, León Saldaviel Anqaua, incrédulo como mi padre, y como el admirado mentor y judío universal Carlos Marx que tuve tantos años, nieto, biznieto y tataranieto de rabinos, te tomo, Sara Saldaviel Alfageme por esposa, y a ti, Sefarad, por madre reencontrada que cobijóme, antaño, en su seno, en este olivo para que sea testigo de mi palabra, según las costumbres de Moisés y de Israel"... y que no entendieron, a decir verdad, sus nuevo amigos, cabalmente, todas y cada una de las palabras pronunciadas pero que se emocionaron visiblemente... y que les resbalaron unos lagrimones por sus mejillas... y que poco después, con los ojos y la cara encendidos, les dijo a sus amigos extendiendo el brazo: "ese toro que por allí aparece, con alas verdes y llevando en su grupa a mi adorada paloma blanca, es el mismo que cabalgó mi antepasado Efraím Anqaua, El Rabino; mirad como mueve impaciente las chitas para que yo vaya"... y que Antonio dijo, con la sorna que a veces sacaba, sonriendo: "eso que ves allí es, efectivamente, un toro, un toro jardo; y que lo que se dice llevar, llevar, amigo León, si que lleva algo, y no son precisamente alas verdes, sino unos hermosos cuernos, unas afiladas astas"... y que, al parecer, exclamó muy enfadado: "parece mentira, amigo Antonio, que no te acuerdes de la promesa que hice, en nombre de Moisés y de Israel, de tomar por esposa a mi prima Sara a la que le introduje un anillo en el dedo; ahora viene a reclamarme el cumplimento de esa promesa; yo no quiero ni puedo negarme; y como dice el amigo Carlos: "acción y pensamiento van unidos "... y que se levantó de súbito sin que pudieran detenerlo... y que dirigiéndose, valeroso, al toro iba diciendo: "me voy a subir a lomos del astado de Sefarad; y abrazaré a mi amada; y marcharé volando por todas las tierras de Sefarad; de manera que, ni cristianos, ni moros, "ni Cristo que lo fundó", me robarán lo que mas quiero como se lo robaron, antaño, a mi pariente Efraím Anqaua, el Rabino que Montaba un Toro Embridado de Culebras"... y que la familia del barrio judío le voceaba: "atiende, amigo León, que ese toro no sabe de judíos, moros, ni cristianos; que lo que parecen alas verdes son las matas de juncos de la ribera donde se ha parado y que sobresalen a ambos lados como si de alas se tratara; y lo que parece lleva a la grupa no es sino el álamo que al fondo se recorta"... y que no les hizo caso a pesar de que el toro se le arrancó corriendo de frente ... y que, menos mal, León hizo un pequeño quiebro y el toro no le dio de lleno... y que los amigos y algunos campesinos de Hervás consiguieron apartar al toro de allí hasta que llegó la ambulancia... y que eso era todo lo que había podido averiguar ya que el paciente solo recuerda fragmentos que expresa sin un razonamiento continuado ni coherente.

--Muchas gracias por su información -- le dijo muy nerviosa, Sara Saldaviel Alfageme, al médico que le había hablado.

Los negros ojos, "dolientes" -- que cautivaran a León Saldaviel Anqaua, hijo de irreverente, y nieto, biznieto y tataranieto de rabinos -- estaban humedecidos por el llanto.

--Señora, no se preocupe: se recuperará; eso si, muy lentamente y con paciencia -- le expresó el doctor interpretando las lágrimas como una muestra de desesperanza.

Sara se aleja por los rincones del olvido en dirección al portón de salida del manicomio. La reclamaba un hombre autoritariamente desde la acera de la calle.

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