martes, 22 de mayo de 2007

Javier Mina Astiz: El Príncipe Valiente

El Libro Que No Lo Era


No recuerdo el año. Ni el el mes. Sólo la cama. Una cama a la medida de la fiebre. Tampoco había más termómetro que la mano que, tierna, recogía de la frente la temperatura y con ese mismo gesto la disimula. No puedo acordarme del nombre de la enfermedad. Ni de cuántos días me retuvo prisionero. Sólo sé que de la oscura Thule vino expresamente a rescatarme un héroe mozo que no tardó, gracias a estas y otras gestas, en ganar las espuelas de caballero de la Tabla Redonda. Porque me rescató, lo suficiente, para que pudiera leer sin cansarme. La verdad es que no había demasiado que leer, pero comparado con otros, los tebeos de El Príncipe Valiente tenían mucha letra que, para mayor rareza, no se encerraba en globos: los personajes hablaban a pie de viñeta. Rareza aún mayor era que las acciones se ventilasen tan rápidamente: en una viñeta se suscitaba un desafío y tres más allá ya había vencedor (generalmente Valiant), o bien en la misma página se preparaba, desarrollaba y tenía fin una gran batalla contra los pictos. La cosa era más llamativa cuanto que un héroe de por aquí El Guerrero del Antifaz, contaba los tebeos por peleas y la espada desenvainada en el número uno de la colección no volvía a la funda ni cien números después. El Príncipe Valiente cobraba además lo suyo, y hubo reyezuelo que le toruró hasta casi la muerte -además, los hematomas y quemaduras se veían-, padecía hambre y sed, y se le veía dormir, comer y trabajar con sus propias manos, ya cazando, ya construyendo chozas o barcos. Pero lo más importante es que por él si pasaban los años, y el mozalbete de los primeros cuadernillos daba paso al hombre aún tierno que jura no volver a enamorarse una vez que los malos asesinan a su primer amor, la dulce Ilena. No obstante se casará con la intrépida Aleta, por la que siente, al principio, una extraña mezcla de amor y odio. Aleta se hallaba muy lejos de la heroina que aguarda el regreso del héroe para convertirse en su reposo, antes bien participaba con él en no pocas aventuras, llegando incluso a salvarle el pellejo -como dicen los tebeos.

Lo que postrado en la cama no acertaba a calificar sino como emocionante, se refería al castigo ejemplar del malo mediante la justa esgrima de la Espada Cantarina; se refería, de igual modo, a la exaltación de la amistad y del amor (pocos personajes de plumilla derramaron tantas lágrimas por el amigo o la esposa), al descubrimiento de países y culturas lejanas, algunas de cuyas costumbres El Príncipe Valiente adoptaba. Supongo, ahora, que tendría más de un defecto, pero, la verdad, viéndole galopar por las sabanas y desalojar de la almohada a las crueles y aguerridas pesadillas, por muy pertrechadas que estuviesen, no me quedó más remedio que hacerme, entonces, su amigo. Quizá también su rival, pues ni la maternidad de Aleta -la hacía muy mayor- pudo suprimir la emoción de un enamoramiento incipiente.

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Javier Mina es escritor. Colaborador habitual de periódicos y revistas. Tiene numerosas obras publicadas. Es director de la revista 'Literatura' y ha recibido el prestigioso Premio de Novela en Castellano del Gobieno Vasco en 1990.



ESTE RECUERDO DE LO QUE A MINA SE LE HA QUEDADO DE LAS LECTURAS DE NIÑO LO HEMOS LEÍDO EN LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO', NÚMERO 0-1 DEL AÑO 1992. SIN PAGINAR Y CON UNA FRASE, VERSO O PROVERBIO REMATANDO PÁGINA.



'EL QUE QUIERE MIEL SE ENFRENTA CON LAS ABEJAS'

(Proverbio wolof)

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